Su Vida
Su Vida
Venerable Marie Madeleine d’Houët
Fundadora de las Fieles Compañeras de Jesús, Marie Madeleine es una mujer para nuestro tiempo; una mujer francesa llena de inspiración y coraje. Hija, hermana, amiga, esposa, viuda, madre.
Como viuda, mientras esperaba, buscaba y constantemente hacía el bien fue inspirada por el espíritu de San Ignacio de Loyola que veía encarnado en las vidas de los jesuitas de St. Acheul, Amiens y absorbía en sus conversaciones con el Fr. Varin SJ. Por fin, después de profundas experiencias espirituales, acompañadas de muchas, pruebas y dificultades, y en el contexto de la Francia post-revolucionaria, se convirtió en religiosa y fundadora de una congregación de hermanas católicas conocidas como Fieles Compañeras de Jesús.
Las primeras compañeras trabajaron con mujeres y niños en Amiens. A medida que la Sociedad iba desarrollándose, Marie Madeleine viajó mucho y fundó comunidades en Francia, Inglaterra, Irlanda, Italia (Saboya) y Suiza. A pesar de su compromiso con la Sociedad, siguió siendo madre amorosa de Eugène y abuela de sus hijos. Después de su muerte en 1858, se fundaron comunidades FCJ en Australia, Canadá, Escocia, Bélgica, EEUU y Jersey. Más recientemente se fundaron comunidades en Sierra Leona, Indonesia, Filipinas, Argentina, Bolivia y Rumania. La fundación más reciente ha sido en México y pronto habrá otra en Myanmar. Las hermanas FCJ trabajan en diversos apostolados y comparten la vida en comunidad. Pero sobre todo su misión es ser Compañeras de Jesús y sus vidas desean revelar a Jesús al mundo.
Marie Madeleine vivió su propia vida con coraje y confianza, y ese coraje y confianza se convirtieron en un deseo en la oración que a menudo ofrecía a otros y ahora nos ofrece a nosotras.
Veamos su historia más de cerca —
Sus nombres
Bautizada Marie Madeleine Victoire, a la fundadora le llamaban Gigi de niña, Victoire de jovencita y Madame Joseph de recién casada y viuda. Para otros era Madame d’Houët. Sin embargo, ella misma escribió
Madeleine es Magdalena en francés y por eso la llamamos Marie Madeleine.
Los primeros años
Marie Madeleine Victoire de Bengy nació el 21 de septiembre de 1781 en Châteauroux, Francia, en una familia grande. Además de sus padres, hermana y hermanos, estaba rodeada de tías, tíos y primos. Eran una familia feliz, segura y que llevaba mucho tiempo viviendo en Berry, Francia, donde varios miembros tenían cargos importantes en la iglesia y el reino. Con la llegada de la Revolución conocieron dificultades, la cárcel y el exilio.
Gigi, como se la conocía de niña, era cercana a sus padres. Cuando tenía un año, su hermano Etienne de dos años murió y sólo podemos imaginar cuan más preciosa se convirtió para ellos. Tenía casi tres años cuando nació Claude, seis cuando llegó Angèle y catorce en el nacimiento de Philippe. Philippe siempre la consideró su segunda madre.
La madre de Marie Madeleine, Madame de Bengy, era una mujer sabia y cariñosa que mostró mucha valentía y perseverancia mientas su esposo estuvo encarcelado por los revolucionarios. No se achicó ante la adversidad, ni cedió a la desesperación.
En las nuevas circunstancias dividió sus energías entre los esfuerzos para liberar a su esposo y la crianza de sus hijos en una granja retirada en Pouplain. Entrenó a su hija para llevar la casa y el hogar, pero su ejemplo de fidelidad a la oración y de confianza en Dios fueron las cualidades que perduraron en Victoire hasta el final de su vida.
Victoire amaba a su madre, pero parecería que su padre era el centro de su vida en su juventud. Victoire nos cuenta que cuando Madame de Bengy reunía a los niños para rezar por la liberación de su padre, su oración secreta era ser encarcelada y morir con él.
No se le concedió tal deseo. Cuando el padre fue liberado la familia se trasladó de Châteauroux a Issoudun y a los dieciocho años, ya no Gigi sino Mademoiselle Victoire se embarcó en la siguiente etapa de su vida.
Alegrías y penas
Amistad
Victoire se hizo amiga de una niña de su propia edad, Constance de Rochfort. Eran inseparables, tenían largas conversaciones contándose sus problemas y sus alegrías. Juntas recorrían la ciudad visitando a enfermos, ayudando a personas necesitadas y trabajando como voluntarias en el Hospicio de San Roque.
Como cualquier adolescente con un ideal de justicia, Victoire se indignaba de que los que supuestamente servían a los enfermos en el Hospicio, se llevaban la comida y el vino destinados a los pacientes. Ya desde niña, su familia sabía que era muy decidida, incluso testaruda, y nadie se sorprendió de que denunciara los abusos a las autoridades y perseverara hasta que se corrigieron los mismos.
Un matrimonio con mucho amor
Según era costumbre, el padre de Victoire eligió al novio, Joseph de Bonnault d’Houët. Aunque fue un matrimonio decidido por los padres, tanto Victoire como Joseph lo aceptaron libre y felizmente. Constante era muy consciente de que su amistad con Victoire iba a cambiar y también sabía que Victoire no lo vería así: No quiero renunciar a la alegría de nuestras conversaciones íntimas sólo porque tengas un esposo. Durante mucho tiempo he sentido rencor contra él porque es la causa de nuestra separación, pero lo que me hace sufrir es que me temo que no compartes mis sentimientos.
Victoire y su madre planificaron la boda con muchas ganas. Hicieron listas y fueron de compras, eligiendo materiales y diseños para el ajuar. En todas sus cartas habla de sedas, lana y paño y se hizo un pedido a Mademoiselle Janette para la confección de ropa interior y de estar en casa.
La alegría fue general por el matrimonio que tuvo lugar en la enorme catedral de Bourges el 21 de agosto de 1804.
Joseph y Victoire formaban una atractiva pareja en la vida social de Bourges, donde las familias de ambos eran muy conocidas. También eran muy felices en su hogar donde leían y rezaban juntos. Como Victoire y Constance antes, visitaban a los enfermos; Joseph también visitaba a los prisioneros de guerra españoles, llevándoles comida y consuelo. Pensaba, como su suegro, que las mayores riquezas que pueden tenerse son el aprecio y la estima de sus conciudadanos; para ser dignos de ellos hay que hacer algo útil.
Una joven viuda
En unas de esas expediciones, Joseph contrajo fiebre tifoidea. Estuvo desesperadamente enfermo durante seis meses y a pesar de los tiernos cuidados de Victoire, murió antes de que se cumpliera su primer aniversario de matrimonio. Su solemne funeral tuvo lugar en la catedral, donde se habían casado. Victoire, embarazada, estaba en estado de shock por la muerte prematura de este joven generoso y cariñoso. Entre las cartas de condolencia había una de Constance de Rochfort. Querida amiga, tienes una fe tan grande y eres tan sabia, que el mayor consuelo lo encontrarás en tu interior. En los dos estados en que hasta ahora te ha puesto Dios, has sido ejemplo para hijas y viudas. Muy pronto lo serás también para madres.
La dote que Victoire había recibido de sus padres era la casa solariega de Parassy. Era un lugar idílico, rodeado de praderas, tierra cultivada y viñedos. Joseph y ella habían ido el día después de su matrimonio y ella regresó dos semanas después de la muerte de Joseph para aceptar su pérdida. No podía permitirse dejarse vencer por el duelo porque ya estaba embarazada de casi ocho meses…
Madre sola
Se vio necesario que volviera a la casa de los de Bonnault para el nacimiento del bebé. Su hijo Eugène, el heredero de Joseph, nació el 23 de septiembre de 1805.
A pesar del cariño de su familia, parece que Victoire sufrió una depresión post-parto. Su ansiedad le hacía temer que su hijo estaba muerto y organizó que, cuando ella estuviera acercándose a la casa, alguien desde la ventana le indicara con un gesto que todo estaba bien. Tenía pesadillas en las que veía su propio funeral. Pero poco a poco fue recuperando el equilibrio y volviendo a disfrutar las fiestas, los bailes y el teatro. Volvió a las obras que había emprendido con su esposo y usó tan bien su riqueza que se dice que un asesino, que estaba siendo juzgado en Châteauroux, dijo que había en la ciudad tres personas ricas y había que matar a dos de ellas – pero no a Madame de Bonnault, porque ella, insistía el asesino con aprobación, usaba bien su dinero.
Joseph le había dicho: Si Dios nos da una hija, edúcala como tu madre te educó a ti, y ahora ella se estaba encargando cuidadosamente de la educación de su hijo. Como siempre pensaba en la pérdida que Eugène había experimentado, no quería castigarlo demasiado, por lo que su suegra amenazó con intervenir. Esta amenaza hizo que Victoire fuera más firme y activa en la educación de su hijo.
Eugène, según su abuelo, se parecía mucho a su padre. Al verlo, seguramente Victoire era consciente de todo lo que Joseph se había perdido. Siguió con mucho interés la vida de su hijo y nietos, a medida que iban avanzando en sus profesiones, y seguro que pensaba en que Joseph no había podido compartir esa alegría.
Claude, primo de Victoire, y su esposa vivían cerca. Anne-Augustine tenía más o menos la misma edad que la joven viuda y se hicieron muy cercanas. Su hijo mayor, Armande, jugaba a menudo con Eugène, y ambas madres disfrutaban observándolos.
Esperando y buscando
Victoire fue acostumbrándose a su papel de madre sola con el paso del tiempo y con su dedicación a sus tareas de la educación de Eugène, a la administración de sus propiedades y a los deberes familiares. Los dramáticos efectos de la muerte prematura de Joseph y su viudedad fueron quedando casi olvidados y Victoire volvió a asumir su papel en la sociedad. Pensó seriamente en volver a casarse, como contó a su hermana Angèle, su gran confidente.
Llevó su problema al Abbé Gaudin, un sacerdote santo y sabio consejero. Le contó que tenía una excelente propuesta matrimonial que, además de prometer amor y felicidad personal, parecía poder aliviar el inevitable su sufrimiento que surgía de algunas relaciones familiares difíciles. Le contó que los parientes de su esposo estaban preocupados sobre cómo ella administraba la fortuna familiar y educaba a su nieto y heredero.
El consejo del sacerdote fue que rezara.
En la oración, Victoire, ya con veintiocho años de edad, sedienta de paz, amor y de una tranquila felicidad doméstica, iba a ser profundamente sorprendida por un encuentro con su Señor. Años más tarde, contaría su lucha al Abbé Georgelin, capellán de París. Le contó que un día después de comulgar sintió profundamente que estaba llamada a vivir confiando más en Dios y que Dios encontraría el esposo más adecuado.
Contó al Abbé que…después de resistir un largo tiempo me entregué.
Una conciencia social
Para Victoire los placeres iban perdiendo importancia. El teatro fue el primero en ser sacrificado. La oración ganaba terreno y los sacramentos eran recibidos con mayor frecuencia. Pero, contraria a cualquier manifestación externa de piedad, al ir cada mañana a misa Victoire se cuidaba de acercarse a la iglesia por caminos diferentes para no atraer la atención.
Victoire iba cada vez más a Parassy y disfrutaba estando con su gente, con los trabajadores de la finca y sus familias. La mayoría eran granjeros y viñadores, de cuyo bienestar y felicidad ella había asumido la responsabilidad. Segura de recibir la bienvenida, era para ellos la bonne dame, siempre dispuesta a ayudar en una emergencia, ya sea cuidar a un niño enfermo, arreglar una deuda difícil, reparar un granero, o reponer una pieza de maquinaria. Solían decir que Madame es una buena señora. Y en la casi continua ausencia de un sacerdote, les enseñaba cómo rezar y cómo vivir su fe.
Como su esposo Joseph, Victoire era consciente de las necesidades y el sufrimiento de los presos. Muchos prisioneros de guerra españoles estaban cautivos en Bourges. Ella rutinariamente pagaba para que les compraran pan y en 1809 fue de incógnito a servir como enfermera con las Hijas de la Caridad. Como Joseph, contrajo la enfermedad pestilente, pero se recuperó, a diferencia de Joseph y de la Hija de la Caridad con quien había trabajado. Estas experiencias de enfermedad la hicieron extremadamente cuidadosa de la salud de otros durante el resto de su vida.
Cuando se invitó a seis Padres de la Fe a predicar una misión en Bourges, Victoire pidió que se les permitiera quedarse en su casa de Rue Paradis. Perseveró en esta petición hasta que venció todos los obstáculos y dificultades y lo consiguió. Al terminar la misión los invitó a pasar unos días en Parassy.
Hospitalidad para refugiados
En 1813, treinta de los sacerdotes italianos a quienes Napoleón hizo exiliarse llegaron a Bourges. Recordando sin duda cómo sus tíos y primos habían tenido que huir durante la Revolución, Madame d’Houët alojó a siete de ellos en su casa de la Rue Paradis de Bourges. Nunca olvidaron los actos de generosidad y acogida que recibieron de ella. No sólo los alojó alimentó sino que se encargó de su ropa y otras necesidades
Un corazón con hambre de felicidad
En esta etapa de su vida, Victoire se podía haber definido mediante sus relaciones. Madre de Eugène, Madame Joseph, Señora de Parassy, hija, hermana, nuera. Pero de este círculo que le daba su identidad y seguridad, una larga cadena de eventos, en sus palabras, la iba a sacar y llevar a algo nuevo.
La lucha para averiguar lo que Dios quería fue ardua. Seguía el pensamiento de volver a casarse, pero aunque tenía la sensación de que Dios quería de ella algo distinto, no veía qué podía ser. La oración que iba creciendo en ella era poder hacer lo que Dios quisiera, y hacerlo con fidelidad y gozo.
Hijo, padres de edad avanzada, refugiados: además de estas responsabilidades tenía la de administradora. Por derecho propio era propietaria de tierras, y además era responsable de cuidar la herencia de Eugène. Todos los años iba a la vendimia en Parassy – el lugar donde había ido con Joseph justo después de casarse y con su hermana y cuñada después de la muerte de Joseph. La paz y la belleza del lugar eran una bendición para ella y con el tiempo este recuerdo se fue haciendo cada vez más valioso.
Buscar un buen colegio
Aunque parezca raro, la elección del colegio para Eugène tuvo consecuencias que cambiaron la vida de Victoire. En 1814 el Obispo de Amiens invitó a los jesuitas a abrir un colegio en la antigua Abadía de Saint Acheul de la ciudad de Amiens. Victoire se alegró de esta noticia y decidió enviar a Eugène al nuevo colegio aunque estaba muy lejos de casa. La cuidadosa madre arregló todo para quedarse en Amiens para ayudar a su hijo a adaptarse al colegio y enseguida se ofreció como voluntaria para ayudar en la escuela.
En 1814 el Obispo de Amiens invitó a los jesuitas a abrir un colegio en la antigua Abadía de Saint Acheul de la ciudad de Amiens. Victoire se alegró de esta noticia y decidió enviar a Eugène al nuevo colegio. Marie Madeleine llegó a conocer y a apreciar más profundamente la misión y el trabajo de los padres Jesuitas.
Victoire veía a Eugène en cada niño; esa cuerda vibra siempre en mi corazón con los tonos más profundos. Reconoció que nunca estaba lejos de su mente. Como muchas madres, guardaba todas las cartas que él escribía desde el colegio con noticias sobre su salud, la comida, sus amigos, sus clases y exámenes; con preguntas sobre la casa, sobre ella, sus abuelos, y ¡hasta sobre las uvas de Parassy!
Su mente y corazón, dedicados a Eugène, también se volcaban en otros jóvenes sin tantas oportunidades. Trataba como a un hijo a Ferdinand Jeantier, un alumno de St Acheul que siempre estaba delicado de salud y lejos de su familia. Le llevaba regalos cuando visitaba a Eugène y lo llevaba a Parassy a pasar las vacaciones de verano.
Mediante sus contactos con el colegio de St Acheul, Victoire llegó a conocer y a apreciar más profundamente la misión y el trabajo de los padres Jesuitas.
Absorbiendo el Espíritu de la Compañía de Jesús
Un importante evento de 1815 tuvo para Victoire consecuencias inesperadas. Cuando Napoleón escapó de Elba, Joseph Varin, antes soldado realista y ahora sacerdote jesuita, volvió a ser perseguido. Victoire le ofreció refugio en Parassy, aunque, en sus propias palabras, me vino un terrible pensamiento. Me parecía que si el Padre Varin venía a mi casa tendría que entrar en la vida religiosa. A pesar de sus miedos no retiró la invitación. El jesuita se quedó con ella cinco meses. Con él fue conociendo más la Compañía de Jesús, absorbiendo de sus conversaciones el espíritu de la Compañía y practicando su espiritualidad.
Al comenzar a llevar una vida más ordenada de oración y discernimiento, la cualidad de su personalidad que su familia conocía tan bien (Lo que Victorie quiere, lo consigue) se transmutó en la determinación de que lo que Dios quiera Dios lo va a conseguir.
Un acontecimiento le enseñó a confiar. Todos los días escuchaba lo que llamaba los aterrorizadores detalles del avance del ejército; finalmente las tropas entraron en el pueblo y los oficiales llegaron a su casa. Ni siquiera se molestaron en responder a lo que les dije, sino que continuaron hablando y actuando como dueños de la casa. Estaba aterrorizada y rezaba en silencio al Señor con todo mi corazón. Pero la situación cambió cuando el coronel se dio cuenta de que se trataba de la hermana de Claude de Bengy, que había sido su compañero de estudios. Tengo que admitir, señora, que su situación era más desagradable y peligrosa de lo que se pueda imaginar.
En los años que siguieron iba a necesitar mucho coraje y confianza.
Una decisión importante
Paso a paso, aunque nunca en línea recta, siguió lo que pensaba que era su camino. Un sacerdote misionero a quien pidió consejo en Bourges, después de escuchar lo que ella le contó sobre sí misma, opinó que Dios quiere todo tu corazón. Debes dárselo sin reservas. Esta opinión se vio confirmada un año después, en 1816, en Amiens cuando el Padre Sellier me exhortó a llevar una vida más perfecta y a hacer voto de castidad. Rechacé ambas cosas tajantemente. Con sinceridad, Madame d’Houët reconoció que al regresar a Bourges experimentó tanto cansancio y disgusto por la diversión que me fue imposible volver a tener una vida social.
Después, el domingo de la Santísima Trinidad de 1817, mientras rezaba antes de la Misa:
Lo hizo inmediata pero condicionalmente, con la condición de que lo renovaría en una fecha señalada por el Padre Varin si éste estaba de acuerdo con lo que ella había hecho.
El aceptó seis meses después, pero para entonces las personas y los eventos la habían confundido tanto que volvieron con fuerza sus viejos miedos. Me negué categóricamente. Dije que si Dios me llamaba a ser religiosa lo haría de buena voluntad pero si iba a permanecer en el mundo no quería comprometerme…Pero llevaba mucho tiempo orando para saber lo que Dios quería y tener fuerzas para hacerlo, con fidelidad y gozo, tan pronto como se le diera a conocer. Fui a la iglesia de St. Geneviève y me quedé un largo rato. Sólo Dios podía cambiar mi corazón y conquistar mi resistencia. En su infinita bondad eso es exactamente lo que hizo una vez más y me aceptó lo que un hombre mortal en una situación similar indudablemente habría rechazado. Al volver a casa escribió en su diario: me he pasado la tarde sentada en el suelo y llorando… Sigo sintiendo una repugnancia terrible.
Con total confianza, el 9 de diciembre de 1817
Pero la consolación no significaba que el dolor y el sufrimiento iban a desaparecer de su vida.
Describe al Padre Varin SJ como este santo varón que a toda costa quería desentrañar lo que venía de Dios y lo que podría simplemente haber surgido de mi imaginación.
Tengo sed
Ya en 1816 Victoire nos dice que había recibido una luz clara y consoladora de que Dios me quería en la vida religiosa pero no como carmelita, como a veces había imaginado, sino trabajando activamente para la salvación de las almas. Sin embargo la atracción al Carmelo continuó. Al año siguiente, a una semana de hacer el voto condicional de castidad, mientras reflexionaba sobre la felicidad de quienes pertenecen completamente a Dios y de aquellos cuya única ocupación es amarlo y estar en comunión con él… lamentaba no estar llamada al Carmelo.
Tengo sed
El 13 de junio, Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, esa santa envidia siguió apagándose cuando escuchó desde el Crucifijo sobre el altar: Tengo sed.
Estas palabras me conmovieron profundamente. Me arrodillé en adoración y me ofrecí a Dios con todo mi corazón para todo lo que me pidiera.
Días después se dio cuenta de que estaba llamada a fundar una congregación cuyas miembros serían compañeras de Jesús en el mundo contemporáneo.
Problemas por todas partes
El Padre Varin se tomó muy en serio la responsabilidad de probar la vocación de Marie Madeleine y en más de una ocasión le hizo llorar desconsoladamente. Pero ella había aprendido que sólo en Dios podría encontrar su fortaleza. Cuando el sacerdote dijo cosas que no recuerdo pero tan duras que sentí no poder soportarlo, lo único que podía hacer era exclamar por dentro: “Ten misericordia de mí.” Una voz interior, clara y dulce, me consoló: “Coraje, hija mía, el tiempo de prueba no dura para siempre.” El Padre Varin seguía hablando, pero a pesar de lo que dijera, yo estaba llena de una paz y confianza indescriptibles. Durante un retiro previo a la Navidad de 1817, experimenté gran aridez y oscuridad espirituales. Cuando el Padre Varin empezó su homilía de la Misa del Gallo con las palabras “Alégrense, porque les traigo una buena noticia que será motivo de mucha alegría”… me dije: Que los demás se alegren; yo no puedo. De repente me sentí completamente transformada…Me sentía inundada de una paz insuperable e indescriptible. Mi voluntad se cambió completamente y cambió para siempre. Desde ese día dejé de negociar con Dios… Estaba tranquila y resignada a todo lo que Dios pidiera.
Otra fuente de sufrimiento muy diferente era su familia. Incluso después de que el Padre Varin reconociera que Dios estaba pidiendo a Marie Madeleine fundar una congregación, se vio obligada a volver a Berry para que mi familia no se enterara de lo que estaba haciendo y se preocupara por culpa mía. Mis suegros se hubieran opuesto a mí enérgicamente, especialmente mi suegro, quien hasta hubiera ido a Roma para evitar que diera tal paso. Ambos murieron sin saber de mi proyecto, un hecho verdaderamente asombroso porque cuando la obra comenzó todo Amiens lo supo y mucha gente de Berry, todos conocidos míos, visitaban la ciudad constantemente.
La muerte de su madre
En 1820 tuvo que ir a Parassy para estar con su madre cuya muerte fue un doble sacrificio para mí porque mi padre, que ahora estaba solo y no sabía nada de lo que yo había comenzado, insistía en que me quedara con él. Si hubiera podido hacer que se cumpliera un único deseo en toda mi vida, hubiera sido, por encima de todo, cuidarlo y mostrarle mi amor de todas las maneras posibles. Mi corazón estaba verdaderamente desgarrado… Mi padre no podía entenderlo. Creo que para mí este sacrificio fue el mayor de todos. Cuando lo dejé estaba desolado e inconsolable.
Un nombre significativo
El Padre Varin había intentado convencerla de que estaba llamada a entrar en la Sociedad de las Religiosas del Sagrado Corazón. La presionó presentándole a la Fundadora, Sophie Barat, pero en medio de su lucha y sufrimientos, en medio de dudas e incertidumbres, mientras lloraba un día en otro jardín, se hizo la luz.
Victoire había descubierto su nueva identidad.
Ahora sería Marie Madeleine, María Magdalena, en obra y en verdad, acompañando a Jesús, vivo en quienes él se complace en llamar sus hermanas y hermanos.
Se establece la Sociedad
En París, el jueves santo 30 de marzo de 1820, el Padre Varin le dijo: Bien, entonces es mejor que confiese toda la verdad. Creo que Dios quiere esta obra. Estoy convencido de ello y a pesar de todas las pruebas que le he hecho soportar y de la incertidumbre que he mostrado tan frecuentemente, no lo he dudado ni un solo instante.
Esa noche, mientras Marie Madeleine estaba de rodillas ante el Altar del Santísimo Sacramento, reflexionando sobre los misterios que se estaban conmemorando, el misterio de la Eucaristía, la Pasión y la Muerte de Jesús, se ofreció de nuevo, con todo el corazón, para ser su fiel compañera desde el pesebre hasta la cruz.
En los años que siguieron nunca se cansó de recordar a sus hermanas que fue en la noche del Jueves Santo, entre el Cenáculo y el Calvario, que la Sociedad había comenzado
Desde ese momento la lucha ya no era consigo misma, sino con quienes antes la habían apoyado. En cuanto se dio cuenta de que su llamado era fundar una congregación de religiosas, muchos clérigos la abandonaron, aunque no llegaran a oponérsele activamente, y en la misma Roma encontró enemigos.
Los primeros días de la Sociedad
Marie Madeleine amaba a los niños y desde el comienzo en Amiens en 1820 las Fieles Compañeras cuidaban de niños pobres.
Además, tomaron bajo su cuidado a un pequeño grupo de los llamados ‘recolectores de algodón’. Estos niños trabajaban en las fábricas textiles recogiendo los restos de algodón del suelo y de los telares, porque el algodón puro era muy caro. Estos restos eran organizados y limpiados y después se vendían a las hilanderas. Con este dinero aportaban a los ingresos familiares.
Obviamente los niños tenían tiempo para limpiar su algodón, pero además aprendían el catecismo, lectura y matemáticas, y podían jugar juntos y disfrutar su niñez. En una época en que lo común era explotar a los niños, Marie Madeleine y sus hermanas cuidaron con amor de ellos.
A medida que Marie Madeleine tuvo más compañeras pudo aumentar el trabajo que hacía con estos niños. Pero precisaba más espacio. Las autoridades de la ciudad, impresionadas con el trabajo de este nuevo grupo religioso, consiguieron que Ministerio de la Guerra les cediera un edificio en desuso.
Trabajo con mujeres
Las primeras Compañeras no se limitaron a trabajar con los niños pobres de su zona. Marie Madeleine vio la necesidad de ayudar a las familias, especialmente a las madres. Era práctica, astuta y compasiva, reconoció el sufrimiento de estas pobres mujeres e hizo algo para aliviarlo.
¿Qué pasaba mientras con Eugéne?
Eugène terminó sus estudios en St Acheul en 1826. Su última libreta fue espectacular. En septiembre de ese año Marie Madeleine visitó St Acheul para dar las gracias al personal por el cuidado dispensado a su hijo. Como muchos miembros de su familia, Eugène eligió abogacía como carrera y estudió en la Universidad de París. (Siempre atenta, su madre le buscó un departamento y una empleada doméstica.) In 1830 ella escribía a una amiga con orgullo de madre que Eugène había superado brillantemente sus exámenes de abogacía.
Eugène quería casarse. ¡Su madre y amigos le ayudaron a buscar la mujer ideal! Por fin, con muchas oraciones y muchas‘presentaciones’ el mismo Eugène conoció a Louise Bosquillon d’Aubercourt, su futura esposa. Louise le gustó mucho a Marie Madeleine, quien estaba convencida de que el matrimonio sería bendecido en el cielo. Eugène y Louise tuvieron tres hijos y las hermanas FCJ siguen en contacto con sus descendientes.
A pesar de su amor mutuo, parece a Eugène le costaba entender a su madre. Marie Madeleine fundó treinta casas durante su vida y él pensó que se habían financiado algunos de los proyectos con el dinero de su herencia. Esta dolorosa acusación fue totalmente rebatida. A veces, la relación se hacía más distante. Como suele pasar, Marie Madeleine tuvo una relación muy cariñosa con sus nietos.
El contexto
Al comienzo de la Revolución Francesa muchas mujeres francesas trabajaron para restaurar la religión y para conseguir la estabilidad social. Muchas de ellas formaron grupos para apoyarse entre sí y en muchos casos éstos se convirtieron en comunidades religiosas. Es asombroso que entre 1800 y 1820 fueron fundadas en Francia treinta y cinco congregaciones femeninas; y entre 1820 y 1880 seis nuevos grupos por año.
Las mujeres que fundaron estas nuevas congregaciones venían de todos los sectores sociales. Movidas por el sufrimiento y la inestabilidad social que las rodeaban, y por la falta de consuelo espiritual, se dedicaron a diversas actividades para aliviar la pobreza, llevar consuelo a los enfermos y moribundos y ayudar a la educación integral de los niños.
Durante mucho tiempo tras la Revolución hubo muchas necesidades en la sociedad francesa y esto dio impulso a los nuevos grupos religiosos que compartían el deseo de re-construir y renovar el mundo de su época. Los fundadores de esos grupos eran mujeres y hombres del reino, encendidos con la pasión de extender la Buena Noticia. Y lo hacían de forma innovadora.
Vivían frugalmente y sufrían condiciones difíciles al tratar de ayudar a otros. Pero no sólo atendían necesidades inmediatas, sino que se preocupaban también por el largo plazo. Aunque seguro que no usaban palabras como estrategias a largo plazo podemos ver que pusieron en práctica estas claves de las teorías modernas de la administración. Estas mujeres fundadoras mostraron gran ingenio a la hora de mantener y ampliar sus comunidades. Se extendieron desde las ciudades y pueblos de sus comienzos, a más allá de Francia, por Europa y el resto del mundo
Marie Madeleine fue parte de este movimiento lleno de energía y las Fieles Compañeras de Jesús uno de estos nuevos grupos. Con ese comienzo en Amiens, Francia, en 1820, las Fieles Compañeras de Jesús ahora viven y sirven en quince países y han trabajado en todos los continentes.
Cuando la Sociedad comenzó en 1820, Marie Madeleine tenía treinta y ocho años y otros tantos años de vida por delante. Pasó la primera mitad de su vida como hija, esposa y madre viuda; la segunda como religiosa apostólica, mensajera gozosa de Jesucristo, tratando por todos los medios posibles de hacerlo conocido y amado.
Reclamando un Hermoso Nombre
Entre el comienzo de la Sociedad en 1820 y su muerte en 1858, Marie Madeleine viajó mucho, estableciendo comunidades en varias diócesis francesas, en Saboya, en Inglaterra, Suiza e Irlanda. Visitó Roma dos veces, en 1826 y 1837, buscando la aprobación de la floreciente Sociedad. Entre mucha oposición, especialmente de los jesuitas, recibió la aprobación papal de la congregación y del nombre Fieles Compañeras de Jesús del Papa León XII en 1826. En su segundo viaje a Roma en 1837, Gregorio XVI le dijo en una conversación:
Tienen un hermoso nombre pero deben sufrir las consecuencias y, como Compañeras de Jesús, sufrir con él.
Papa Gregorio XVI
Después
En los años siguientes las palabras Coraje y Confianza estaban siempre en los labios de Marie Madeleine, un lema que había aprendido de la experiencia, no sólo frente a la muerte y la viudedad y el desafío de criar sola a su hijo, sino también por la oposición y persecución que sufrió durante el desarrollo de la Sociedad.
Di a todas que tengan coraje, coraje y confianza. Es lo único necesario, escribió a la Madre Maria Lebesque en 1830. Coraje y Confianza, pero sobre todo gran confianza was era una variación sobre el mismo tema que aparece en casi todas las cartas personales que escribió. Claramente era un deseo de su oración que ofrecía a otros.
A todas y cada una Marie Madeleine sigue diciendo: Coraje y Confianza, sabiendo que estamos llamadas a cambiar nuestro mundo.
En sus Memorias, Marie Madeleine dice que está narrando los detalles de las experiencias que llevaron a la fundación de la Sociedad
Su muerte, París, Lunes de Pascua, 5 de abril de 1858
El Lunes de Pascua, día antes de su muerte, Marie Madeleine recibió la visita de uno de sus nietos, León de Bonnault. El Lunes de Pascua, Marie Madeleine murió rodeada del cariño de sus hermanas – las miembros de su todavía joven Sociedad. La enterraron en el pequeño cementerio adjunto al orfanato que había fundado en Gentilly, al suroeste de Paris.
Su cuerpo permaneció en Gentilly hasta 1904. Después, debido al anti-clericalismo de Francia y la consiguiente supresión de las casas religiosas, fue llevado, con el permiso de las autoridades civiles y eclesiásticas, al Convento FCJ de Upton Hall, cerca de Birkenhead en Inglaterra.
Allí permaneció hasta junio de 1980, cuando fue trasladado otra vez, ahora a petición del postulador de su Causa de Beatificación y Canonización. El cuerpo de Marie Madeleine fue enterrado en la capilla del convento de Stella Maris, Broadstairs, Inglaterra.
Le aguardaba un último viaje. En septiembre de 2012 sus restos fueron trasladados por última vez a la Iglesia de Santo Domingo, de París, en el mismo barrio donde vivió murió. Más…
Marie Madeleine declaró que no había contado para nada en la fundación de la Sociedad, pero en el momento de su muerte, entre la pena de sus hermanas, hubo alegría y agradecimiento por la forma en que había colaborado tan profundamente con el deseo que Dios tenía para la misión de su vida.
¡Hoy ese agradecimiento y alegría siguen siendo nuestros!
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